Continuará… porque como os podréis imaginar, este solo era el principio.

Finalmente, nos dejaron volar hasta Amsterdam. Al ser tantos los vuelos que se habían ido acumulando, el avión que nos pusieron era uno gigante para vuelos largos.

Mientras embarcábamos estábamos mirando los autobuses que nos podían llevar desde el aeropuerto de Ámsterdam hasta Bruselas, para en cuanto llegásemos poder coger un bus y llegar de una vez hasta la capital belga. El problema fue cuándo estábamos a punto de despegar y me di cuenta de que los billetes de bus que habíamos comprado no salían desde el aeropuerto, donde nosotros llegábamos, sino desde otra estación en el centro.

Ouh shit! ¿Y ahora qué hacemos?

Estamos sin tiempo y tenemos comprados unos billetes que salen desde una estación a la cual no nos da tiempo llegar, porque llegamos del vuelo casi a la misma hora que sale el bus. Yo no me lo podía creer… el título “hay veces que todo lo que puede salir mal, sale peor” es por algo como podéis ver.

Mientras despegaba el avión y la azafata me decía que tenía que apagar el teléfono o ponerlo en modo avión le daba a comprar los billetes correctos, sin tener del todo claro si la compra se había efectuado ya que, ya no tuve tiempo para entrar el email y comprobarlo.

En cuanto llegamos a Ámsterdam y pude desactivar el modo avión comprobé que los billetes estaban comprados, ya que además, el bus estaba lleno y sino se llega a efectuar la compra nos habríamos quedado tirados en Ámsterdam y habríamos perdido más tiempo.

¡Bien! Los billetes están, no podíamos entretenernos mucho porque salíamos nada más llegar el avión, así que nada más aterrizar, nos dirigimos a buscar donde se cogía el bus…

Cuando de repente dice Hugo “no tengo mi cartera”.

Yo pensaba “esto no puede estar pasando”.

– Busca bien, no sea que la hayas guardado en otro sitio.

– No, no, que no la tengo. La tenía en el bolsillo y no la tengo.

– Madre mía, pero si ahí tienes todo, la documentación, el dinero, tus tarjetas… no puede ser, y el autobús sale ya.

Lo que no teníamos claro era si la cartera se había quedado en Madrid perdida en algún lugar, si se había perdido de camino, si estaría en el avión…

Así que, antes de llamar al banco para cancelar tarjetas y pensar que hacíamos si Hugo no tenía documentación… volvimos al avión. Saltándonos todos los controles, ya que no permiten hacer el trayecto de salida a la inversa.

Por suerte, todavía quedaba parte de la cabin crew en el avión, así que les comentábamos lo que había pasado y que si podíamos pasar a mirar si la cartera se había quedado por allí. Evidentemente nos dijeron que eso no se podía hacer. Así que, casi rogándole le pedimos a la azafata si podía comprobar si la cartera estaba por allí, diciéndole los asientos donde habíamos estado sentados.

Sin mucha confianza la azafata fue, sin dejarnos pasar… y al cabo de unos minutos apareció.

Y… ¡traía la cartera en la mano!

Dios, menos mal, en ese momento todo era alegría. Pero teníamos menos de 10 minutos para llegar hasta el autobús, el cuál todavía no habíamos localizado desde donde salía para irnos a Bruselas… ¡qué estrés! Cada vez que me acuerdo de esos momentos todavía lo paso mal.

Llegamos al autobús por los pelos, cuando estaba a punto de salir. Nos subimos y por fin, parece que pudimos relajarnos un poco. Llegamos a Bruselas por la noche, con lo que, perdimos ese día también. Y según nuestro planning y para no perder las reservas posteriores, teníamos que salir al día siguiente temprano.

Así que, nuestra visita a Bruselas se resumió en dormir una noche en un Airbnb sin poder ver casi nada de la ciudad.

Ahora toda esta historia solo es una anécdota que incluso recordamos entre risas, pero en ese momento, fue un serie de catastróficas desdichas.

¿Os ha pasado alguna algo así? ¡Contadnos!